Existen varios elementos que el ser humano persigue a través del desarrollo de la vida. Desde que vamos teniendo uso de razón, recordamos algunas frases que nos han impactado positiva o negativamente, y las misma las hemos guardado en nuestra mente. Desde pequeños, nos enseñan a ser el mejor en varias áreas de una forma adecuada o a través de una enseñanza errada, pero al final debes ser el mejor.
En el plano profesional, seguramente has soñado con ser el primero en un área específica o seguramente ya tienes ese primer lugar. En el área académica, suele suceder con mucha frecuencia, ser el mejor alumno de todas las clases hasta llegar a ocupar el puesto número uno de la promoción. Es un privilegio, es un honor, y los reconocimientos a través de las medallas, diplomas y trofeos no dejan de existir y nos sentimos orgullosos al respecto y todo parece perfecto, pero falta algo. Ante tanto éxito alcanzado es bueno preguntarse ¿Cuál es el precio que se ha pagado para llegar a ser el número uno?.
Como siempre acostumbro a ver cualquier ejemplo de la vida a través de la luz de la Palabra de Dios, encontramos en 1 Corintios 13, lo que nos dice el Señor acerca de la preeminencia del amor. Es interesante como comienza el pasaje: 13:1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Esto nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿He resonado como metal ante mis semejantes cuando persigo mis objetivos personales?; ¿Esos logros obtenidos los he conseguido como nos enseña Dios en su Palabra?.
Les animo a leer 1 Corintios 13 y podrán comprender de la gran carencia que sufre la humanidad. Existen tres palabras claves que llenan al ser humano: la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. 1 Co 13:13
Bendiciones
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